Aquella película me impresionó. Lo hizo de manera tan brutal
que sólo he podido verla otra vez. Es tan buena, consigue hacer llegar y sentir
tan bien cómo vivían antes señoritos y sirvientes que te deja el corazón
destrozado y una intensa rabia. Desde entonces me he negado a verla, no quiero sentir otra vez esas
sensaciones que me hacen odiar tanto a los señoritos y caciques, esos que
trataban a la gente como escoria y animales. Pero conviene tenerlo presente porque
quieren que volvamos a ello. Prueba de ello es lo último que se le ha ocurrido
a “Mariloli” (la Cospe para los amigos),
y no es otra cosa que vender monte público, parte de él protegido.
En vez de
gestionar lo público, lo que se les encomienda en las elecciones, van y lo venden a cuatro terratenientes. Quizás
sea para alancear jabalíes, cuya forma de caza autorizó hace poco, y que los ricos se diviertan en sus fincas o
quizás tenga un fin más perverso: degradar el medio rural. Esto último tiene su
lógica, pues si lo unimos al cierre de los P.A.C (puntos de atención continuada o
urgencias), disminución de las rentas rurales y elevada tasa de desempleo
regional nos lleva a situaciones de desamparo y retorno a siglos pasados,
cuando los caciques, como los de los santos inocentes, hacían y deshacían a su
antojo. Y en esta situación la gente tendría que subsistir como pudiera, esto
es, mendigando un jergón y un trozo de pan al señorito de turno, que presumiría,
como en la película, de lo bien que trata a la gente que hasta saben escribir
un poquito.
No quieren que salgamos de la recesión, están aprovechándola
para recuperar el poder de antaño, y de paso volver a tiempos pretéritos cuando
nos tenían como semiesclavos. Esto es una prueba más de ello.
Hasta los braulios, de verdad.
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