
Cuando escuchamos todos los días a políticos, periodistas, locutores de radio y contertulios de todos tipo que "hay cumplir la ley", me río a mandíbula batiente. Todos tenemos una idea más o menos exacta de qué es la ley, sin embargo: ¿queremos que se cumpla?. Mi impresión es que no.
Digo esto, porque siempre pensamos que se cumpla para otros. Que cuando cogen a un político trincando se nos escapa: "Que lo metan en la cárcel y devuelva lo que se ha llevado. Que se cumpla la ley." Que cuando salta a primera plana la noticia de un asesinato abyecto, como el reciente de la niñas de Cuenca, se nos hincha la vena de la garganta y pedimos justicia. Pero la pedimos para otros.
La ley debe cumplirse, y debe hacerlo siempre. La ley se respeta o no, no hay medias tintas. Y se respeta siempre, no cuando me conviene porque otro la ha infringido y me perjudica o me indigna como ciudadano. Y se cumple si se respeta, si desde pequeños se ha hecho pedagogía democrática. Pero en este país de truhanes y pícaros el respeto a la ley brilla por su ausencia. Lo socialmente aceptable, incluso causa de orgullo patrio, es engañar, defraudar, saltársela a la torera. Luego, cuando nos sentimos perjudicados pedimos justicia y que se cumpla la ley, pero ¿la hemos respetado nosotros?. ¿Hemos hecho algo para cambiarla cuando nos parecía injusta?.
Cuando la ley no se respeta la sociedad se va degradando. Dejamos de tener democracia, poco a poco, para que impere la ley del más fuerte, la ley de la jungla. Nuestro mundo se hace más vil y despreciable porque permitimos que seres infames de todo tipo de pelaje transgredan las normas. Luego, cuando nuestra hija o hijo es acosado en el colegio o a través de las redes sociales, cuando en un barrio o en un pueblo la convivencia se vuelve imposible por un grupo de chavales o mafias, nos llevamos las manos a la cabeza porque no se cumple la ley. Mientras tanto, durante años, TODOS han mirado hacia otro lado y no han hecho nada para evitarlo.
Cuando nada importaba no importaba tampoco el comportamiento cívico o la rectitud moral. No se podía apelar a la responsabilidad personal para mejor nuestra sociedad, siempre había un enemigo exterior al que responsabilizar de todos nuestros males. Ya no podemos recurrir a eso. Hay que comportarse como Antonio Muñoz Molina dice magistralmente en su libro "Todo lo que era sólido": "...Cada uno, casi en cada momento, tiene la responsabilidad de hacer el bien o hacer el mal, de ser grosero o ser bien educado, de tirar al suelo una bolsa estrujada o una botella o una lata de refresco o depositarla en un cubo de basura, de dar un grito o bajar la voz, de encolerizarse por una crítica o detenerse a ver si es verdad". Con ello construiremos una sociedad más justa y respetuosa, en verdad, con la ley. La ley, su respeto y cumplimiento es cosa de TODOS, no sólo de los jueces y cuerpos de seguridad del Estado.
No queda sino batirnos.
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